El camino que nos llevó a Abrazando a mi niño fue largo y sinuoso. Empezó desde que mi hija Ema estaba gestándose en mi panza. O tal vez desde mi propia gestación. Como algunas madres, ya desde entonces proyectaba el futuro de mi hija, y en mi caso particular ,ese futuro significaba simplemente La Escuela. ¿Qué escuela para Ema?
Yo me había educado (o deseducado) libremente con una madre trabajadora pero muy presente en mi necesidad de ser mirada, en mi manera particular de observar el mundo. Mi madre, que debía trabajar para darnos de comer a mis hermanas y a mí, se las arreglaba para estar presente en su ausencia. ¿Cómo? Enseñándoles a las maestras quienes eran sus hijas, defendiéndonos ante la rigidez prusiana típica de la educación típica. Por ejemplo, si la seño le contaba enojada (pero buscando su complicidad) que yo pedía ir al baño muy seguido ,como si eso fuese una conducta que atentaba contra la humanidad, mi mamá le contestaba algo así como que en vez de quejarse debería preguntarme si me dolía algo, si estaba triste por algo, si me pasaba algo en particular o simplemente que me dejara hacer en paz. Ella siempre se ponía de parte de sus hijas y no daba lugar a la mala educación de las maestras que buscaban corregirme… como si se pudiera corregir lo natural… como si se pudiera corregir la niñez…
Con el tiempo la palabra coercitiva cedió (o se dio) a una palabra más afectiva y efectiva gracias a la persistente presencia de mi madre desde su ausencia; y así fue como yo empecé a ver a mi mamá en la mirada de mis maestras y cómo mi escuela se convirtió en algo parecido a mi segundo hogar. Esa escuela, de curas, religiosa y con miradas maternales aprendidas, vio como crecía y me convertía en bailarina. Poco después, seguí mi educación en la Escuela de Danzas, de ahí al escenario y finalmente del escenario a Ema. Y vuelvo al principio: ¿qué escuela para Ema?
Había cosas que sospechaba: no quería uniformes, ni predominio de la informática, ni religiones, ni discursos coercitivos, ni ausencia de arte, ni currículas agobiantes, ni actividades extracurriculares obligatorias; no quería que mi hija pasara más tiempo en su escuela que en su casa y mucho menos quería dejar en manos absolutas de una institución el desarrollo intelectual y emocional de mi hija. Me preocupaban los dobles discursos, dobles mensajes entre la escuela y la familia. Pero tampoco sabía realmente qué quería. En definitiva, con tantos “ni” me había quedado sin escuela, ésta se pulverizaba frente a lo que soñaba para Ema. Fue entonces cuando me di cuenta que ese eterno retorno a mi pregunta Qué Escuela para Ema, era, en realidad, una visión de futuro, algo mucho más que un simple deseo de escolaridad: era un proyecto de vida para todos, una posición ética, una ideología, una filosofía y, por qué no, una visión. Mientras tanto Ema crecía a su antojo. Pero un día dejó de crecer. Le diagnosticaron Trastorno Generalizado del Desarrollo No Especificado ,que después se llamó Trastorno del Espectro Autista, y yo dejé de sospechar sueños.
Esa pregunta que me había dado un lugar en el mundo transformándose a paso lento pero firme en una manera de ser, vivir y pensar, en una ética generadora de espacios, de posibilidades y cambios, se había tornado en un callejón sin salida. Encerrada en un diagnóstico que nada me decía sobre mi hija, comenzamos Ema y yo, un largo peregrinaje por tratamientos e instituciones “educativas” que, paradójicamente, me alejaban más de ella. Ema no dibujaba, no jugaba con juguetes, ni a la mamá, ni al doctor. Ema bailaba y se reía y pedía que no la molestara cuando estaba metida en su mundo. También se enfurecía y lloraba sin poder decirme qué le pasaba porque Ema no hablaba. La ciencia me decía que había que educarla para que pudiera funcionar en este mundo tan complejo para ella. También me decía que probablemente Ema era esto, aquello o lo otro, veía así o asá, pensaba o no pensaba, sentía mucho o sentía poco, necesitaba tal o cual estructura, modelaje y un largo etcétera;nadando en un mar de certeras incertidumbres científicas, poco a poco, las sospechas volvieron como tierra firme.
Empecé a despejar la incógnita. Ya no se trataba solamente de La Escuela, se trataba de mi hija y de mí. Despejando X a la pregunta ¿qué Escuela para Ema? surgió ¿Qué Ema?... ¿Quién era mi hija realmente? Era necesario emprender el regreso a nosotras mismas, pero ¿cómo? Buscando otras miradas que nos ayudasen a conectarnos con el más allá del diagnóstico, el más allá de los consensos científicos, el más allá de la norma. Ema y todos los niños son y están más allá de cualquier etiquetamiento. Con o sin autismo, la niñez es un mundo maravilloso del cual sabía poco y nada pero un mundo al cual yo quería entrar para iniciar el camino de regreso hacia mi propia hija.
En primer lugar sentía que lo que tenía que hacer era cambiar yo misma y no Ema. Estaba sobre estimulada con información de todo tipo y factor. El duelo post diagnóstico me había transformado en una especialista en autismo infantil pero me había alejado mucho de Ema y de la naturalidad del ser. Estar a mi lado equivalía a recibir descargas eléctricas a cada instante, la vida en mí era agobiante y tóxica, ni yo misma podía vivir conmigo. Pensaba en Ema. Pensaba que ella se preguntaba a su manera ¿Quién es mi mamá realmente? Necesitaba ser madre para Ema, nos lo debía. Por otro lado, el autismo sólo era otra manera de ser. Pero ¿Qué ser? ¿Qué niña? ¿Qué madre? y finalmente otra vez ¿Qué Escuela?
Supe por una amiga docente que habían abierto otra Escuela Waldorf … ¡y en C.A.B.A.! ¡Una maravilla! Había tenido un pantallazo en la facultad, extremadamente reducido, sobre Steiner y su filosofía, pero suficientemente potente como para que hiciera huella en mí y me dejara una magnífica impresión. Sin pensarlo ni una sola vez, caí en la escuela y no paré de hablar de Ema durante largos minutos. Les hablé de nuestra necesidad de miradas en donde apoyarnos y sentirnos acompañadas, de la falta de lugar para poder seguir creciendo y desarrollarnos naturalmente (yo como madre de Ema, Ema como hija mía, Ema como Ema, yo como yo); también les hablé de mi soledad, mi dolor y mi necesidad de creer cabalmente en ese más allá de las cosas que tanto sospechaba. No quería adquirir más conocimientos, no quería aprender. Necesitaba aprehenderme y ser para Ema. Necesitaba ver un camino. Sabía que ese era el inicio para que mi hija deseara ser para sí misma y para los otros. Quería realmente cambiar, conectarme, hacerme sensible a lo invisible, volver a lo natural, recuperarme, es decir, recuperar mi propia esencia que había perdido en pos (paradójicamente) de mi crecimiento. Necesitaba espiritualidad para conectarme con mi hija desde otro lugar y que ella, con su sensibilidad, su mundo interior, pudiera conectarse con el mío, con el suyo propio y con el de los demás. La Escuela Abrazando a mi niño no solo era la posibilidad de ser sino también de entregarse a uno mismo sin condiciones. Explorarse, conocerse, reconocerse. Abrazando era La Escuela para Ema. La habíamos encontrado. Nos habíamos encontrado.Había mucho trabajo por hacer: en primer lugar incorporar nuevos ritmos a nuestro cotidiano y salir de la vorágine dándole tiempo al tiempo.
Apoyadas en rituales que nos ayudaban a ordenar años de energía desparramada, de a poco empecé a notar que mis ritmos internos cedían dando lugar a otros ritmos internos más naturales que evidentemente había olvidado. Entonces levantarnos a la mañana era realmente el comienzo de un nuevo día, o sea, un nuevo comienzo. Ya no es más el desafío angustiante sino simplemente un nuevo día abierto a lo que sea que tenga que ser. Las noches son nuestro orgullo: siguiendo las enseñanzas de la escuela, modificando el ambiente, bajando las energías, acallando los ruidos cotidianos y dando lugar solamente al momento de dormir como un ritual que acompaña a mi hija en su tránsito al mundo de los sueños, Ema pudo por primera vez, dormirse sola en su habitación.
Siento que la enseñanza fundante de la escuela fue mi estabilidad interior (o mi persistencia en los intentos de estabilidad) y en como eso modifica los ritmos y el ambiente dando lugar a que otros aspectos del ser de mi hija y míos tengan ESPACIO DE SER tanto en casa como en la escuela.Vivir y hacer con los tiempos internos... conectarme con mi hija desde otro lugar… estar atenta a mi misma en lo bueno y en lo malo para crearle a Ema el ambiente y la estabilidad para que ella SEA con confianza, seguridad y alegría de seguir siendo quien es y con ganas de seguir aprendiendo a vivir en este mundo tan diferente al de ella, y de enseñarnos a todos las maravillosas particularidades de su propio mundo.
Nuestra casa se convirtió en un ambiente más de la escuela y la escuela en un ambiente más de casa. Recreamos olores y energías, oraciones, ritmos, cantos, rituales, festejos, compañía. Por fin encontramos un lugar. Nos sentimos abrazadas, miradas, acompañadas. Ema ya no tiene que funcionar con el fin de ser aceptada porque ella es amada en su singularidad y mirada con amor, respeto, apoyo y cobijo, por sus maestras en su escuela, su lugar, un espacio propio para crecer y desarrollarse a su propio ritmo.
Luciana Gandulfo
Lu, toda mi admiración! Hoy justo hoy, en el "día de la Madre" te leo y te escucho con la serenidad de haber encontrado un lugar amoroso y me pone muy feliz!!!!
ResponderBorrarbesos y bendiciones
Connie
¡Qué sorpresa, querida connie! ¡qué emoción! Besos para vos y las haditas... siempre presentes en mi corazón. Las quiero!.
ResponderBorrar