lunes, 7 de octubre de 2013

El misterio de la niñez

“De la tierra he nacido,
 sobre ella he de transitar con pasos firmes:
Elevando mi mirada hacia el espíritu,
poniendo el calor de mis manos en el obrar del mundo”



Un niño es un misterio, un enigma a descifrar; eso es lo que la niñez me ha enseñado. Cada niño es único y guarda dentro de sí muchos tesoros; nuestra tarea como adultos es descubrirlos, hallar esos dones que cada uno trae. Es maravilloso el brillo de los ojos de un niño y cada brillo muestra algo distinto, algo propio.
Hace muy poco me encontré con un pequeño de apenas 4 años, algo distante de mí al principio y muy observador. Me sentí cautivada por su mirada, caracterizada por su profundidad. Cada vez que sus ojos negros y grandes se posaban en los míos, casi podía perderme en ellos. Cuando sonreía sus ojos se encendían aún más y esa sonrisa era la puerta hacia él; ése fue el primer descubrimiento.

Él es un niño demandante, alegre, conversador cuando quiere. Si uno permanece allí, disponible para él, se acopla a la actividad del adulto y se muestra colaborador o solicita la presencia de alguien que lo acompañe en lo que él quiera emprender.

Un día en que estaba en su casa lavando verdura para una comida, él se acercó (hasta ese momento había estado en su cuarto jugando) y en seguida se ofreció a ayudarme. Acercó una silla a la pileta de la cocina y comenzó a lavar laboriosamente las hojas de la espinaca, luego las escurría y las colocaba en otro recipiente. Permaneció en esta actividad (sin siquiera mojar con una gota su ropa) por más de media hora observando detalladamente las hojas de la verdura, mirando la selección que yo hacía de ellas y corrigiéndome cuando cometía algún error. Permaneció en silencio trabajando mucho tiempo para su corta edad, haciéndolo con total prolijidad. El ambiente era de total armonía y pude sentir en mi interior como él reposaba sobre mí; todo lo que necesitaba era un adulto que lo acompañara, que le diera la confianza y el espacio para hacer y para ser; yo simplemente fui un puente. Al terminar la actividad se sintió feliz y orgulloso por su trabajo preguntando en que más podía ayudar. Su mirada estaba aún más brillante, feliz de sentirse útil y responsable de una tarea fundamental para la preparación de la comida familiar.

Este pequeño con el que compartí varios días y actividades, cada día se mostraba más dispuesto a emprender alguna tarea o actividad que yo le ofreciera y permanecía cerca de mí siempre, a la hora de jugar, a la hora de pasear, o de sentarse a la mesa. En ese encuentro había armonía y entendimiento aún en el silencio, había comunión y un código invisible pero palpable en el corazón para ambos.

Él siempre quería estar cerca de mí y yo cerca de él, porque el encuentro en sí, el vernos y reconocernos y el compartir nos hacía sentir plenos. Este tipo de hechos y de vivencias profundizan el sentido de reverencia cuando me encuentro con un niño, porque al mirarlo a los ojos siempre me encuentro con el misterio de su Alma.

En lo profundo de tus ojos… hallaré el misterio

¿Qué cuentan? ¿De qué mundos vienen?

¿Qué imágenes guardan detrás de su brillo?

¿Qué cosas los hacen reír...?

¿Qué cosas los conmueven…?

Cuando en mí reposan, son una caricia

y el alma se plena de su presencia…

Tu blancura, tu inocencia…

…Y yo, que apenas roso tu estela…

                                          Equipo Pedagógico Abrazando a mi Niño

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