lunes, 7 de octubre de 2013

¿Qué necesita un niño pequeño?


Todos nosotros tenemos bellos recuerdos de nuestra niñez y si vamos hacia atrás en

nuestra historia, seguramente encontraremos momentos que atesoramos, en los que

nos hemos sentido plenamente felices.

Si recuerdo mi primera infancia hay momentos que recuerdo con mucho cariño: el

momento en que mi mamá preparaba la comida y yo la ayudaba a colocar las verduras

en la olla; cuando mi hermano mayor me contaba un cuento a la hora de la siesta; los

momentos de juego al aire libre; cuando construía instrumentos caseros con ayuda de

algún miembro de mi familia, etc.

A menudo nos preguntamos ¿qué necesitan nuestros niños? Consultamos a pediatras,

maestros, psicólogos, psicopedagogos, terapeutas, etc. Muchas veces las respuestas

son tan simples que nos cuesta verlas, descubrirlas.

Todo niño tiene como necesidad el juego y para ello no necesita grandes cosas,

simplemente del espacio y la posibilidad de desarrollarlo.

Un niño tiene la capacidad de convertir una pequeña rama de árbol en varita mágica,

en flauta, en caballo, en peine, en espada, y es capaz de recrear con él las más

maravillosas fantasías. A través del juego se descubrirá a sí mismo, sus posibilidades y

entablará una relación con el medio que lo rodea. Para que este tipo de juego y esta

fantasía creadora se desarrollen, se necesita de un ambiente apropiado y de uno o más

adultos que lo propicien.

El calor del hogar es lo primero que un niño pequeño requiere. Respirar ese aire en

el que se siente seguro, en el que hay un adulto que lo observa amorosamente y que

está listo para escuchar sus necesidades; un ambiente en el que el pequeño se sienta

contenido. El pequeño necesita de un adulto que lo anime a emprender diferentes

actividades, a disfrazarse, a construir con maderas, con piedras, a juntar pequeños

tesoros que la naturaleza nos regala (hojas, frutos, caracoles, etc.) a jugar a la rayuela,

saltar a la soga, a pintar con pinceles, crayones o lápices, etc.


¿A qué nos referimos cuando decimos “Calor hogareño”?

Nos referimos a aquello que naturalmente una madre y un padre siente y transmite a

su bebé recién nacido cuando lo sostiene y lo mira por primera vez, a ese abrazo y ese

beso de las buenas noches cuando lo lleva a dormir. Es algo que surge naturalmente en

todos nosotros si le damos espacio para que se manifieste. La tarea es darle lugar a esa

cualidad y llevarla a las pequeñas grandes acciones del diario vivir.

El ritmo de vida , sobre todo para aquellos que vivimos en grandes ciudades, nos lleva

a andar siempre apurados, siempre corriendo tras el reloj, cumpliendo horarios. Pero

como el niño pequeño aún no ha entrado en la concepción del tiempo, el único apuro

posible es por correr una carrera con algún amigo.

Para un niño es muy valioso estar en la compañía de su madre, de su padre, de sus

hermanos; ser parte del ritmo familiar, de las rutinas diarias: de la preparación de

las comidas, del poner la mesa, el hacer las compras o ayudar a algún miembro de la

familia a arreglar algo en la casa.

Los niños tienen una gran capacidad de aprender y en general gran voluntad para

ayudar, la única inspiración que necesitan es de un adulto dedicado y concentrado

en una tarea que lo invite a compartirla con él, o que le delegue tareas, esto le da al

niño la certeza de que confían en él, de que creen en sus capacidades. Día a día esto

lo convierte en un niño con confianza en sí mismo, en un niño que se siente mirado,

tenido en cuenta, en el que los demás confían a pesar de su corta edad.

Una hermosa tarea por ejemplo, es amasar pan, preparar juntos un centro de mesa

con flores, hojas, frutos, ayudar a cortar las verduras para la comida, o simplemente

darle la posibilidad de que el niño juegue a nuestro alrededor mientras estamos

concentrados en una tarea. Un adulto que hace, es lo que motoriza la voluntad de los

niños y un adulto que hace con amor transmite ese calor que poco a apoco va llenando

el ambiente y que envuelve al niño.

El niño que se siente envuelto en este clima siente gran libertad para crear, para jugar,

para expresarse, para ser él mismo y para descubrir sus capacidades en el quehacer

diario con el adulto y en el juego.

Muchos padres hoy trabajan muchas horas, pero esto no es impedimento para crear

este calor hogareño. Lo importante es que en ese tiempo que compartan con sus hijos,

ellos puedan sentir que ustedes están ahí para ellos: para mirarlos, para sostenerlos,

para acompañarlos, alentarlos, para hacer algo juntos, leerles un cuento, llevarlos a

dormir y sobre todo para amarlos y abrazarlos.

“Dar Amor, constituye en sí, dar educación”-Eleonor Roosevelt

                                                                      Equipo Pedagógico Abrazando a mi Niño

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