martes, 8 de octubre de 2013

El regalo de la vida


La maternidad comienza mucho tiempo antes de que nazca un niño o de que una mujer dé a luz a su bebé. Me atrevería a decir que es una cualidad innata en las mujeres, una cualidad que a veces permanece dormida y que otras veces despierta.
Como mujer, puedo decir que esa cualidad materna es palpable desde muy pequeña y el haber vivenciado y respirado el calor de un hogar en el que me sentí cobijada y profundamente amada, es el que me inspiró a expandir esa vivencia a otros niños, a otros docentes ,a otros hogares y esa inspiración es la que me guió por el camino de la docencia, la que me iluminó a la hora de reflexionar sobre la “Educación”.
En el acompañamiento de las madres que se  han acercado a compartir sus historias conmigo y con la escuela pude comprobarlo. Ellas me han contado cómo amaban profundamente a sus niños incluso antes de ser concebidos; cómo habían soñado con sus nombres, cómo esperaban su llegada, cómo los “abrazaban” con el calor de su corazón aún antes de que estuvieran en la panza.
Una de ellas pensaba y reflexionaba sobre el tipo de educación que le daría añorando ver su rostro y sus ojos, añorando tenerla entre sus brazos incluso muchos años antes de conocer a quien finalmente fue su compañero y el padre de la niña.
Me pregunto: ¿Cómo es esto posible?
Lo que caracteriza a una madre es ese calor del corazón, ese cuidado constante, esa mirada amorosa, esa sonrisa que se le dibuja en el rostro al ver a su hijo. Esas incansables ganas de acompañar, de ayudar, de cuidar, ese amor que permanece incondicional para toda la vida.
En mi opinión ésta es la mayor lección que nos da la maternidad, la capacidad de amar y de dar incondicionalmente y esta capacidad nos pertenece a todos, a toda la humanidad, es tan nuestra como nuestro aliento; es el  motor que nos hace seguir más allá del cansancio, del sueño o de cualquier obstáculo que encontremos en el camino.
Me pregunto si en las mujeres es innata esta cualidad: ¡Deberíamos todas despertar a ella!
En este punto quisiera también dedicarme al género masculino, porque es cierto también que muchos hombres ansían su paternidad, en muchos de ellos vive este sentimiento y esta necesidad de la continuidad de la vida a través de la descendencia.
Hoy en día, muchos hombres comparten las tareas de la casa, las antes relegadas solo a la mujer. La sociedad ha dado un vuelco tal  que la mujer es tan trabajadora como el hombre y esto ha llevado a que los roles se modifiquen. Han llevado a la ruptura  de una estructura machista y al  necesario despliegue de un compartir, a mi manera de ver, esto es bello, porque el compartir siempre lo es.
El hombre, como género se ha sensibilizado, se ha acercado a esa cualidad femenina de la crianza, del calor del hogar, se ha volcado a un mayor compartir y me atrevería decir que muchos casos a la apertura de una nueva conciencia, de una concepción nueva de la crianza.
Esta cualidad expansiva del amor es nuestro legado, como docentes, como padres, como madres, es necesario continuar con la tarea que necesariamente los niños despiertan en nosotros. Esto claramente implica la reflexión sobre nuestra manera de educarlos, sobre los ejemplos que les damos, sobre los valores y principios que encarnamos, sobre el modelo educativo que para ellos elegimos.
Hoy en día hay muchas corrientes pedagógicas  que proponen una nueva mirada hacia el niño, y esto es más que necesario, la sociedad ha cambiado, porque nosotros cambiamos y en consecuencia los niños que llegan al mundo necesitan también de un cambio de un nuevo paradigma educativo.
Este cambio será posible si hombres y mujeres reflexionamos sobre la maternidad, la paternidad y sobre nuestra capacidad de dar y de amar más allá del rol que nos toque, sin importar si somos padres o maestros.
Este mundo y esta sociedad nos pertenecen a todos y si buscamos por necesidad algo distinto, solo en el encuentro con el otro esto es posible.
Como docente creo profundamente en los encuentros humanos y en la magia que éstos son capaces de dar a luz.
En el rol que me toca como docente, solo en el encuentro entre padres y maestros es posible formar y dar a luz una nueva escuela en el que el principio fundante sea el Amor; si esta cualidad expansiva es la que vive en los pasillos y las aulas, inevitablemente da lugar a  la sensibilización del corazón y de los sentidos para poder percibir las necesidades del niño para que él despliegue su ser y sus capacidades, para que se desarrolle integralmente y para que como ser humano pueda conocer y vivenciar la capacidad de dar y amar incondicionalmente.

Equipo Pedagógico de Abrazando a mi Niño


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